Ya la escraché

Ya la escraché
El objetivo inicial de las redes sociales se ha desvirtuado completamente y suelen usarse no en favor propio sino como herramientas perversas en contra de otros, exponiéndolos a la condena social y sin tener en cuenta que esa acción puede considerarse un delito. Psp. Ma. Alejandra Canavesio (*) “— ... y agarré y la escraché. Igual que como lo hizo ella antes— masculló Isabela, tensionando las mandíbulas. — ¿Qué hiciste qué?— le pregunté. — La escraché— repitió, con desdén— Subí a la cuenta del grupo de la escuela las fotos que Gabi se sacó en el baño, cuando fuimos a la fiesta de los chicos de rugby, y le puse que le gustan todos. — ¿Qué fotos? — Unas que se sacó onda gato. — ¿Onda gato? — Sí, Ale... Así como que quiere gustarle a alguien para transar. — ¿Y cómo son esas fotos? — Uyyyyyyyy, Ale... así... que se viste apretado para mostrar las lolas y... Así, Ale, para calentar... — ¿Y ella había mostrado esas fotos? — Algunas... Pero otras no, porque no le gustaban. — ¿Y esas son las que compartiste vos? — ¡Claro! ¿No te digo que la escraché? — ¿Y cuál es el sentido de eso, Isa? — Vengarme. Ella la semana pasada puso en Instagram una foto mía de cuando era chiquita y mi mamá me estaba cambiando los pañales. Casi me muero de la vergüenza... Ahora que se muera de vergüenza ella... ¿Sabés cómo se le van a reír?— terminó diciendo, rompiendo en carcajadas...” Escrachar es romper, destruir, aplastar y, en redes sociales, viene siendo una práctica bastante habitual (que no se reduce a los adolescentes), mediante la cual se expone a una persona, haciendo público lo privado, pretendiendo un ajusticiamiento. Transitamos una época en que la conectividad parece casi formar parte del torrente sanguíneo, y nuestros hijos se pasan mucho más tiempo diario con un celular en la mano que conversando presencialmente con otra persona. Concomitantemente a esto, y casi como una consecuencia, tienen serias dificultades a la hora de poner en palabras lo que piensan y sienten, y a hacerse responsables de sus propios actos. No manejar adecuadamente sus emociones hace que no midan las consecuencias de lo que hacen o, peor aún, que no les importen. Difundir una fotografía íntima de alguien o hacer un comentario difamatorio en redes sociales puede perjudicar seriamente a esa persona. Son suficientes sólo algunos minutos como para cometer una acción que produzca un impacto extremo en otra persona. Los segundos siguientes al click que haya concretado el post bastan como para generar miles y miles de visualizaciones, que irán convirtiendo el hecho en una ‘bola de nieve’ imparable. Cuando una persona se siente avergonzada o humillada por alguna acción de otra, debería ser capaz de acercarse a ella, plantearle lo que siente y reclamarle un resarcimiento, pero jamás proceder por venganza y, mucho menos, atentando contra su dignidad, pues el daño que puede causarse a la imagen de esa persona no se puede revertir por más que, por ejemplo, se le pida perdón. Sólo educando en valores, practicando la empatía y poniendo sensatamente aparatos en manos responsables será posible valernos de las redes sociales como instrumentos de conexión y comunicación que, lejos de alejar... acerquen. (*) Psicopedagoga. M.P. N° 279
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