Hay que darse cuenta

Hay una necesidad ineludible de padres presentes y activos en la educación de sus hijos, para formarlos con y en valores, y acompañándolos en el aprendizaje del valor total y absoluto que tienen la vida propia y la de los demás. De eso es de lo que hay que darse cuenta.
Psp. Ma. Alejandra Canavesio (*)
“ - ¿Viste lo que pasó con lo de Fernando? – me preguntó Guille con un gesto que evidenciaba una mezcla de asombro y temor.
- ¿A qué te referís, exactamente, Guille?
- A lo del juicio. A la sentencia – Me miró directamente a los ojos, como preso del horror - ¡les dieron perpetua a casi todos, Ale! ¡Eso es estar presos para toda la vida! – Cuando iba a hacerle una aclaración, siguió hablando – ¡Porque sean treinta y cinco o cincuenta años, van a salir cuando sean viejos!
- ¿Y qué te genera eso, Guille?
- Qué sé yo… me da miedo- balbuceó, meneando la cabeza mientras desviaba la mirada el piso.
- ¿Miedo por qué?
- … y, porque con los chicos siempre nos cag… a patadas así. Y cuando vemos que otros se están peleando los filmamos y los escrachamos en Instagram o en Tik Tok. Y nos re-cag… de risa.
- ¿Y qué te da miedo ahora, por este caso?
- ¡Que nos pase lo mismo a nosotros, Ale! – casi gritó- Para nosotros, no sé, es como que es un juego… o algo que se hace así, porque lo hacen todos. Así jugamos, así nos peleamos. Es lo normal.
- ¿Y porque “lo hacen todos” está bien?
Guille volvió a perder la mirada, pero esta vez en un punto fijo en la pared, durante algunos segundos, y luego me miró con el entrecejo fruncido, arrugando la boca y encogiéndose de hombros.
- No sé, Ale. Lo hacen todos – Y, de golpe, su mirada fue de desesperación - ¡Pero a estos pibes ni los padres los pudieron salvar! Y por más que ahora puedan apelar o qué sé yo… ¡están presos igual!
Me quedé observándolo en silencio varios minutos. Se veía confundido y hasta como abatido. Finalmente, pregunté:
- ¿Y Fernando?
Entonces me miró valiéndose de una mirada que ya no demostraba lo que hasta ese momento.
- Ese pibe ya está muerto… pero los otros están vivos ¡y presos para siempre!... Hay que darse cuenta de que por más que se sea un ‘nenito de mamá y papá’ los viejos no pueden salvarnos de todo lo que hacemos”.
Observar y escuchar a este adolescente me produjo un combo de sensaciones y emociones, y se me originaron muchos cuestionamientos. Lo primero que sentí fue que, realmente, muchos padres no están ejerciendo conveniente sus roles porque, es indiscutible, la formación en valores está agónica.
El control de los impulsos, el pensar y discernir, la tolerancia a la frustración, el afrontar y resolver problemas y conflictos a través de la palabra, la sensatez, el sentido común, la empatía, la valoración de la vida propia y la ajena… se educan… y están en jaque.
Con las consecuencias nos topamos a diario, sobre todo, al mirar informativos y leer noticias, y hasta simplemente saliendo a la calle.
Nuestros hijos viven cada vez más rápido, casi como si la cotidianeidad misma fuera una urgencia, razón por la cual hacen impulsivamente, sin pensar ni reflexionar; irracionalmente e incapaces de controlar e inhibir ciertas acciones. Se valen de conductas explosivas y estallidos de ira, ante el menor detonante y de formas desproporcionadas respecto a aquello que las motivó. La vida diaria parece un cúmulo de desafíos y retos a cumplir, como para poder probarse a sí mismos y mostrar a los demás su poder y supremacía, necesitando siempre la gratificación inmediata. El agravante, en casos como el de este ejemplo, es que una vez cometida la barbarie, ni siquiera se la reconoce como tal, razón por la cual no caben el arrepentimiento ni el pedido de disculpas. Y, lamentablemente, lo que suele suceder es que, una vez en problemas, los padres corren en defensa de los hijos, muchas veces excusando sus procederes con insensateces, y apañándolos. Esto implica, en incontables ocasiones, que saber con anticipación que esto será así, habilita a niños, adolescentes y jóvenes a hacer lo que sea, porque saben que los padres acudirán en su auxilio, defendiéndolos y sacándolos del aprieto.
Niños, adolescentes e incluso jóvenes aún no han logrado la madurez cerebral y eso explica muchas de sus reacciones y comportamientos. Por lo tanto, de lo que HAY QUE DARSE CUENTA es de la necesidad ineludible de padres presentes y activos en la educación de sus hijos, para formarlos con y en valores, y acompañándolos en el aprendizaje del valor total y absoluto que tienen la vida propia… y la de los demás.
(*) Pisicopedagoga. Mat.Nº279.L.I.F.8
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